Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1854-1856 (Cortes Constituyentes de 1854 a 1856)
Sesión: 4 de marzo de 1855
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: nº 97, 2633 a 2637
Tema: Continuación de la concesión del ferrocarril de Aranjuez a Almansa

 El Sr. SAGASTA: Apenas recordarán los Sres. Diputados, porque apenas recuerdo yo lo que tuve la honra de decir cuando empecé a tratar esta por tantos días interrumpida cuestión, que, dicho sea de paso, había ya perdido la esperanza de continuar. Me parece, sin embargo, que empecé indicando que yo no la consideraba, que no la podía considerar como cuestión de oposición; declaré enseguida, y lo hice con el mayor gusto, que los dignos individuos de la Comisión me merecen la más completa y omnímoda confianza, para que nunca pudiera mi impugnación al dictamen interpretarse como un ataque a los Sres. Diputados que le han redactado, persuadido como estoy de que han obrado con la mejor buena fe. Y entrando después en la cuestión, manifesté que tanto el Gobierno como la Comisión reconocían, como no podían menos, la ilegalidad del contrato del camino de hierro de Aranjuez a Almansa, y que por consecuencia, la disposición que debiera adoptarse consiste en la anulación del contrato y abono al contratista, según tasación, de las cantidades invertidas en las obras y material del camino.

 Pero el Gobierno, en vista de las circunstancias en que se encuentra esta línea, propone la rescisión del contrato y la concesión del camino al mismo contratista, devolviendo éste, por consiguiente, los 111.500.000 rs. que tiene recibidos en acciones de ferrocarriles. La Comisión no se contenta con esto sólo; va más allá, es más generosa, y concede, además de lo que el Gobierno propone, una subvención equivalente a la tercera parte de la cantidad en que este camino fue subastado. Tanto la Comisión como el Gobierno creen, pues, de conveniencia pública obrar de esta manera. Voy, pues, si me es posible, a demostrar que la conveniencia pública obliga a obrar en sentido contrario; que la conveniencia pública obliga a proceder en este contrato, de la misma manera que se ha procedido en otros que estaban en iguales, si no en más favorables circunstancias; que la conveniencia pública exige, en fin, la anulación pura y simple del contrato, y abono al contratista, según tasación, de las cantidades invertidas en las obras y material del camino. Y en este punto creo que llegaba cuando la sesión se levantó. Voy, pues, a continuar.

El contratista del ferrocarril de Aranjuez a Almansa tiene recibidos por cuenta de las obras ejecutada 111.500.000 rs.; el importe total de este camino, según subasta, asciende a la cantidad de 190 millones de reales; queda, pues, que dar para la conclusión la cantidad de 78'/2 millones de reales: reduciendo estas cantidades metálicas a cantidades de obras o longitudes de camino, resultará que el Gobierno tiene ya hechas las dos terceras partes próximamente de la línea de Aranjuez a Almansa, y queda, por consiguiente, una tercera parte por hacer, si son ciertos, como lo son sin duda, los datos que nos suministra el Gobierno en su proyecto de ley; quedan, pues, por construir 18 leguas. Pues yo conozco el terreno donde ese camino se está construyendo; yo le he visto, yo lo he examinado, y como veo los precios elementales de construcción de ese país, yo he tenido ocasión de examinar ferrocarriles en terrenos parecidos, semejantes, iguales, y yo puedo asegurar a las Cortes que el coste de ese camino de hierro, teniendo en cuenta la escasez de estaciones que es consiguiente a la escasez de población, y teniendo en cuenta además la escasez de obras de fábrica, particularmente de alguna importancia, yo puedo asegurar a las Cortes que el coste de ese camino no puede, no debe exceder de 2 millones, término medio, por legua. Yo apelo a la buena fe del Sr. Montesino, que ha visto esa línea, que la ha recorrido, que ha examinado sus obras, que me diga si las obras ejecutadas valen los 111.500.000 rs. que tiene recibidos el contratista; que me diga si toda la línea vale 190 millones; que me diga si podrá valer más de 110 a 112 millones.

Pues bien, señores; el sacrificio que tiene que hacer el Gobierno para concluir por completo el camino de hierro de Aranjuez a, Almansa consiste en 36 millones de reales, después de lo cual podrá hacer el Gobierno lo que más conveniente le parezca: o venderlo, o arrendarlo, o explotarlo por su cuenta. Veamos lo que propone la Comisión. La Comisión, como he dicho antes, va más allá de lo que propone el Gobierno.

El Gobierno propone lo que el mismo contratista ha pedido, pero la Comisión no se conforma, va más allá, y propone además una subvención equivalente a la tercera parte del importe de la subasta de 190 millones, es decir, 63 millones, que suponiendo sean en acciones de ferrocarriles, pues la Comisión tampoco lo dice terminantemente, equivalen a 44 millones de reales en metálico.

De aquí resulta, pues, que el Gobierno da al contratista para hacerle dueño del camino, una cantidad mayor que la que él necesita para ser su propietario. De aquí resulta que siguiendo la estricta justicia, que procediendo en este contrato de la misma manera que hemos procedido en otros que se hallaban en iguales, si no más favorables circunstancias, el Gobierno necesita 36 millones para acabar el camino, mientras que confirmando la infracción a los principios generales establecidos para los contratos de servicios públicos, que confirmando una ilegalidad, se necesitan 63 millones para entregarlo a un contratista.

¿Se concibe esto, Sres. Diputados? Pues esta es la verdad; y téngase en cuenta que para obtener este resultado he partido de la base de la Comisión, que es una base arbitraria, que es una base falsa, nula, absolutamente nula. La Comisión reconoce la ilegalidad del contrato, puesto que no se tuvo en cuenta ni la memoria, ni los presupuestos, ni los planos, únicos documentos de que puede desprenderse la base que ha de servir de tipo para la concesión, para la subasta, para la subvención. La base, pues, de que ha partido la Comisión, es nula desde el momento en que la Comisión reconoce la ilegalidad del contrato. Pues qué, ¿tan poco respeto merecen los intereses del país, tan poco respeto merecen los intereses del Erario público, que hayamos de subordinarlos a una base arbitraria que de seguro en tan favorable al empresario como es desfavorable a la Nación?

El Gobierno, pues, no debe pagar al contratista las obras ejecutadas con relación a esa base, sino con arreglo a la tasación verificada por personas competentes, pues estoy seguro de que si así se hace, lejos de deber el Gobierno al contratista, como equivocadamente supone la Comisión, el contratista será quien deba al Gobierno, y de los 111.500.000 rs. que tiene recibidos tendrá que devolver una cantidad no pequeña, que puedo ser próximamente de 10 millones de reales. Dije antes que el sacrificio que tenía que hacer el Gobierno para concluir esa línea consiste en 36 millones: rebajando 10 por lo menos que debe recibir, queda reducido el sacrificio a 26 millones. Es decir, que por 26 [2.633] millones hace suyo el Gobierno el camino de hierro, mientras que necesita una cantidad tres veces mayor para hacer propietario del mismo camino a un contratista. Esto, señores, no se concibe. Sin embargo, es una verdad tan clara como la luz del día, como dos y dos son cuatro, pues es el producto de operaciones numéricas.

Ahora bien, Sres. Diputados; prescindiendo de que yo facilitaré recursos a la Comisión para gastar esos 26 millones y algunos más en otros ferrocarriles, ¿podría arredrarnos esa cantidad ahora, que tenemos sobre la mesa, que vamos a discutir, que vamos a aprobar, porque se aprobará, aun con ligeras modificaciones, un proyecto de ley de desamortización completa, civil y eclesiástica, cuyos productos en gran parte están destinados a obras públicas? En estas circunstancias, ¿cederemos en estas circunstancias, sin quererlo, sin saberlo, sin conocerlo, a los, deseos, a las exigencias de un empresario? No, Sres. Diputados: la dignidad del Gobierno, la dignidad de las Cortes, la dignidad de la Nación rechazan tan oneroso contrato .

Si la Comisión se hubiera conformado con lo que el Gobierno proponía, no resultaría esta anomalía; siempre el proyecto sería malo y perjudicial, pero no lo sería tanto. Pero ¿ quién obliga a la Comisión a ir más adelante y a proponer una subvención que nadie le ha pedido y que ni puede ni ha podido reclamarse? Se comprende que la Comisión hubiera pedido una subvención para las obras que faltan; pero no se concibe que la pida para las que están ejecutadas.

Dos errores gravísimos ha cometido, pues, la, Comisión: el primero consiste en proponer una subvención para toda una línea, de la cual las dos terceras partes están hechas con los fondos del Estado; el segundo es proponerla subordinándola a una cantidad arbitraria, nula, absolutamente nula. De tales errores solo podían nacer consecuencias como las que acabo de manifestar al Congreso.

Pero todavía no bastaba esto a la Comisión, y como no le era posible en un mismo camino dar dos subvenciones, ha buscado otra subvención en otro camino, y la ha encontrado en el de Madrid a Aranjuez. Para esto propone la Comisión la venta de este ferrocarril al que fue su concesionario y es ahora empresario de la línea de Aranjuez a Almansa, por la misma cantidad que éste recibió del Gobierno cuando se la vendió, dándole además un subsidio o subvención equivalente a la cuarta parte de la cantidad en que fue vendido, cuya cuarta parte viene a ser 15 millones y pico de reales. Señores, siempre y en todas partes las subvenciones se han concedido como auxilio que los Gobiernos dan a la industria particular cuando ésta necesita en poco tiempo emplear grandes capitales, y para que disminuyéndose de éste modo el capital del establecimiento de la empresa, los réditos puedan ser proporcionados al capital empleado por la industria. En algunas partes se han dado subvenciones, no solo para las obras por concluir, sino para que las ya concluidas; pero se ha hecho de distinta manera, en diferentes circunstancias, cuando la experiencia ha enseñado al Gobierno que no era posible la explotación de un camino de hierro por una industria particular si no se le ayudaba con un subsidio.

Pero ¿nos encontramos ahora en estas circunstancias? No; proponer una subvención para el camino de hierro de Madrid a Aranjuez, para un camino que se construyó con subvención también del Estado, que se vendió, que se compró, que se arrendó, que se pretende volver a vender, que hace tiempo que está en explotación, no se le ha ocurrido a ningún Gobierno, no se ha ocurrido en ninguna Nación; era necesario que se viese en España, para confirmar el dicho de que este es el país de las anomalías; era necesario que se ocurriese a los españoles era; necesario más, que se ocurriese a los españoles individuos de la Comisión, fanatizados como parece que están con el frenético deseo de ver realizado ese camino de hierro, pues no de otro modo me explico los graves errores que la Comisión está cometiendo, errores que pueden traer, que de seguro traerán fatales consecuencias para el Erario, para el país y para los mismos que tan vehementemente lo desean.

¿Qué pretende la Comisión con esa subvención?¿Quién se la pide? ¿Para qué se necesita? ¿Qué significa? La Comisión ha debido ser franca, ha debido decírnoslo; ya que no ha sido franca, ya que no lo ha dicho, yo voy a ser franco, yo se lo diré a las Cortes.

Señores, concluida la línea de Madrid a Aranjuez, y una vez en explotación, su concesionario propuso al Gobierno la venta de este camino de hierro. El Gobierno admitió la propuesta, y para ello mandó (y más valiera que no lo hubiera mandado) que los ingenieros hicieran la tasación del camino. Estos, procediendo con el mayor cuidado y detenimiento, y siguiendo estrictamente los buenos principios de la ciencia, tasaron el camino con todas sus dependencias en 42 millones y pico de reales. Hecha esta tasación, la Junta consultiva la elevó algo más, y pareciéndole todavía baja al Gobierno, la hizo ascender por sí y ante sí a 60.200 .000 reales, cantidad que fue entregada al concesionario, quedando el camino en poder del Gobierno. Un dignísimo individuo de la Comisión, siendo Senador en 1853, decía con este motivo lo siguiente:

 Todos saben el desorden que había en la administración y en todo el camino de Aranjuez.

¿Y cómo se construyó el camino? ¿Qué garantías ofrecía el Sr. Salamanca? En la proposición que hacia al Gobierno para la compra del camino de hierro, le decía: " Yo tengo un capital de 60 millones, y me veo ahogado por los acreedores que me piden 15. Yo tengo (no sé cuántos) miles de acciones que valen menos de 50 por 100, y sin embargo, cuando esté concluida la línea, estas acciones subirán a la par; voy a deshacerme de todas." ¿Cómo se explica esta locura, cuando sabido era que a los dos o tres años habían de subir las acciones? ¿Por qué? Porque se le había ofrecido el camino de Almansa, en que iba a ganar un 100 por 100, y porque la tasación de los 60 millones era una tasación hecha por el Sr. Salamanca.

Pues bien, señores; ahora dice la Comisión: el camino de Madrid a Aranjuez es continuación del de Aranjuez a Almansa; conviene, pues, que los dos caminos estén bajo la misma administración, y también es justo que el concesionario de éste lo sea de aquel; propongo, pues, la venta de este camino al que fue su concesionario, por la misma cantidad en que le vendió al Gobierno. Pero como no era posible, según preveía la Comisión, que ese empresario aceptase la oferta, pues según dijo el Sr. Marqués del Duero, en aquella venta hizo una bonita especulación, para hacerle el negocio aceptable dice la Comisión que se le ofrezca pagar esa especulación con otra, dándole un premio, una prima o como quiera que se llame, una cantidad equivalente a 15 millones. Ahí está la subvención de [2.634] la cuarta parte del valor en que se vendió el camino. Eso es lo que la Comisión debería habernos manifestado; y si quería ser más breve, podría haber dicho: siendo conveniente que los dos caminos estén bajo una misma administración y que uno mismo sea el concesionario, le propongo la venta del camino de hierro por 45 millones, sin embargo de que hace poco tiempo que este mismo concesionario lo vendió al Gobierno por 60. Esta es la verdad; es necesario ser francos y decir la verdad al país, porque el país debe saberla, y mucho más en estas cuestiones que tanta y tanta ansiedad han producido.

Pero yo, señores, pregunto a la Comisión: ¿necesita la Comisión suplicar, rogar, dar dinero para que nos compren el ferrocarril de Madrid a Aranjuez? ¿Necesita pagar la compra de ese ferrocarril? Evidentemente que no; porque el contrato de esa venta es nulo, absolutamente nulo. Ese contrato lo hizo el Gobierno con el concesionario de la línea de Madrid a Aranjuez; pues una de las dos partes contratantes no tenía derecho para contratar, no era apta; y un contrato, para que sea válido, necesita que las dos partes estén en aptitud de hacerlo. La ley de contabilidad prohíbe terminantemente que el Poder ejecutivo haga ningún contrato ni operación que produzca movimiento en el crédito o cueste dinero, mientras ese dinero no esté consignado en la ley de presupuestos. El gobierno, pues, hizo ese contrato ilegalmente. Hay más: la otra parte, aunque era apta para contratar, sabía muy bien que el Gobierno no lo era. ¿Cómo no había de saberlo, si había sido Gobierno, y Gobierno constitucional? Por manera que a sabiendas se hizo un contrato nulo, que sabían las dos partes que mañana podría anularse en virtud de una ley. ¿Se me quiere decir que puede haber escritura pública? Pues no la hay, no puede haberla; de manera que a ese contrato hasta le falta la formalidad de la escritura; y, señores hasta el Consejo Real creo que quiso anular esa venta, o por lo menos no la aprobó.

Recuerdo también que el Sr. 0lózaga en una ocasión (y siento no ver a S.S. en su puesto) sustentó unas doctrinas iguales a las que yo estoy sustentando en este momento, en una cuestión parecida, respecto de la contrata de azogues con la casa Rotschild, y el Congreso entonces fue de la misma opinión que el Sr. 0lozaga, y anuló aquel contrato, como debe anular éste. Es verdad que quizá se me diga que el contrato se hizo por una sociedad anónima, y que habiendo desaparecido no se puedo anular; pero ¿no ha de haber a quien acudir? ¿No se puede, en una sociedad anónima, repetir contra cada uno de los socios por las cantidades por que figuraban en la sociedad? ¿Qué seguridad habría en los contratos con las sociedades anónimas, si esto no pudiera hacerse? El contrato, pues, de venta es nulo absolutamente, y las Cortes deben, por consiguiente, anularlo.

Aquí verán los Sres. Diputados cómo no hay necesidad de suplicar a nadie que nos lleve ese ferrocarril; como no hay necesidad de dar dinero para desprendernos de él. Ese ferrocarril puede volver al primitivo concesionario sin necesidad de darle dinero, devolviendo éste los 60.200.000 rs. que recibió del Gobierno, mas los réditos que haya producido ese capital desde el día en que se hizo el contrato hasta la fecha, y descontándose la parte que corresponda de la cantidad de 1.500.000 rs. que anualmente está pagando por el arrendamiento del camino, y de los cuales, dicho sea de paso, creo que aún no ha pagado ni un maravedí.

Por esto verán los Sres. Diputados que si el Gobierno no puede hacer esta ni otras obras, no es porque le falte dinero, sino porque lo tiene en manos ajenas, lo tiene mal distribuido. Y no es, por cierto, culpable de esto el Gobierno actual; pero deber suyo es, y de las Cortes igualmente, el recoger este dinero que está desparramado; deber es, digo, reunir en las arcas del Tesoro ese dinero malamente repartido. Todavía esto le parecía poco a la Comisión; todavía no le parecía bastante subvención, y con esa ansiedad de buscar algo más que dar al empresario, por temor sin duda de que se les escapara de las manos y de que el camino quedase sin construir, a la Comisión le sucedió lo que a los que buscan con empeño, que generalmente encuentran.

En aquel lujo, en aquel despilfarro de concesiones de ferrocarriles que un día abrumó a nuestro país, en aquella enfermedad de ferrocarriles, como con mucha oportunidad calificó el Sr. Ros de Olano, siendo Senador, al manifestar que aquel Gobierno había querido curar la enfermedad política con la enfermedad de los ferrocarriles, poniendo en práctica el sistema homeopático similia similibus curantur, se concedieron dos ferrocarriles que partiendo de Almansa se dirigían el uno a Játiva y el otro a Alicante; éstos, en el trozo que media hasta la venta de la Encina, marchaban a la vista uno de otro, y tanto que la separación máxima es sólo de 130 metros, cruzándose en dos o tres puntos. Esto era un inconveniente para el Gobierno, y en este inconveniente ve la Comisión un pretexto, un motivo para dar otra subvención al empresario del camino de Almansa. Pero ¿qué subvención? Quiere dar un 33 por 100, cuando las empresas concesionarias que lo tienen lo hacen por un 6 por 100. Por aquí se ve la tendencia que manifiesta la Comisión a favor de un empresario, creyendo que sólo de este modo puede hacerse el ferrocarril de Aranjuez a Almansa.

No se quejará la Comisión. Estamos discutiendo la totalidad del dictamen, y por lo mismo lo he combatido de la manera más general posible, sin descender a detalles, sin tocar a ninguno de sus artículos, sin acordarme de ninguna de las condiciones que sirven de base al contrato. Tengo mucho que decir; pero, como para esto me vería obligado a descender a pormenores, lo dejo para cuando discutamos por partes el dictamen que nos ocupa.

Entonces demostraré al Sr. Infante, o por mejor decir, contestaré, respecto a que las garantías que da el empresario de Aranjuez a Almansa no son ningunas; entonces demostraré que lo único a que se compromete ese concesionario es a gastar en un año 8 millones de reales, sin otra responsabilidad; y cuenta, señores, que esos 8 millones que deja en depósito desaparecerán en su mayor parte al mes, a los quince días quizás de aprobada la concesión, pues yo sé que tiene el contratista una porción de material movible que presentará en seguida para retirar del depósito la correspondiente cantidad. Demostraré también entonces los inconvenientes que tienen los plazos que ha marcado la Comisión para que el empresario del ferrocarril devuelva las cantidades que tiene que devolver; demostraré igualmente que la Comisión está equivocadísima en su cálculo, y lo está de una manera muy desventajosa para el país.

Pero basta por ahora lo dicho para que los señores Diputados se hayan convencido de los grandes inconvenientes del dictamen de que tratamos. ¿A qué viene [2.635] tanta generosidad? ¿a qué tanta esplendidez? ¿a qué tanto despilfarro? Porque despilfarro es dar cantidades que para nada hacen falta, que nadie ha pedido. Y ya que he hablado de generosidad, justo es que yo recuerde a los Sres. Diputados lo que un dignísimo individuo de la Comisión, el Sr. Marqués del Duero, decía en el año 1.853 en el Senado: " Sigue después de Almansa a Aranjuez, y aquí entra el Sr. Salamanca. En esta concesión el Gobierno es generoso, espléndido, y dice: te voy a dar cuanto quieras. Y, señores, contrata este camino a razón de más de 4 millones por legua. Pero la historia de este camino es muy singular, etc."

Pues si esto decía S.S. entonces, ¿ qué no podría yo decir ahora a S.S.? ¿Qué no podría yo ahora decir dala Comisión, que no solo da tanto como lo que daba aquel Gobierno, sino que aún es más generosa, que da mucho más, que concede mucho más de lo que aquel Gobierno se hubiese atrevido a conceder, y cuidado que se atrevió a conceder mucho aquel Gobierno?

Decía también otro digno Senador, el Sr. D. José de la Concha: "¿Sabe el Senado de qué medios quiere el Gobierno tomar la iniciativa en esta cuestión para calmar la ansiedad pública? Pues yo se lo diré al Senado. Esa ansiedad la habían producido los abusos y los escándalos en esta cuestión; pues bien, el Gobierno toma la iniciativa en esta cuestión presentando un proyecto de ley en el cual se confirman todos estos abusos, todos estos escándalos."

Pues después de esto, señores, ahora la Comisión viene, sin quererlo, a sancionar esto mismo de que con reconvención justísima se hacia cargo a aquel Gobierno. ¿Qué se nos diría, señores, si aprobásemos el dictamen? ¿Qué diría el país de las Cortes Constituyentes? Lo que diría, lo dejo a la consideración de los Sres. Diputados.

He impugnado el dictamen de la manera más general que me ha sido posible; pero como yo no opino por combatir una idea, por oponerme a un pensamiento, sin colocar enfrente la idea que la ha de reemplazar, el pensamiento que le ha de sustituir, justo es que yo os diga, Sres. Diputados, lo que yo hubiera hecho en el caso de la Comisión. Yo, Comisión hubiera propuesto la anulación pura y simple del contrato, y abono al contratista, según tasación, de las cantidades invertidas en las obras y material del camino. Pero me dirá la Comisión: pues ahí está la dificultad; ¿con qué seguimos el camino, si no tenemos dinero? Si no tenéis dinero, es porque no queréis tenerlo. Yo os lo facilitaré, yo os lo proporcionaré.

El año pasado hizo el Gobierno al empresario de la línea que nos ocupa un anticipo en metálico de 57 millones de reales, dejando en garantía de esa cantidad 77 millones en acciones de ferrocarriles, pero con la condición de que esos 57 millones serían devueltos al Gobierno al mes de legalizadas las acciones de ferrocarriles. Pues bien, ya habéis legalizado esas acciones, hace ocho días que las habéis legalizado; dentro, pues, de veintitantos días tendréis 57 millones de reales. Ahí tenéis dinero para acabar el ferrocarril, y aún os sobran 20 millones lo menos para dedicar a otras líneas tan importantes, tan necesarias como la que nos ocupa. ¿Qué podría suceder? Que el empresario no estuviese al vencimiento del plazo en disposición de dar esa cantidad. Pues sea enhorabuena, no importa; ahí está su garantía: 77 millones de acciones de ferrocarriles, ya legalizadas, tenéis muertas en las carpetas del Tesoro; dadles, pues, vida, echadlas a la plaza, y ellas os producirán dinero.

Aquí tenéis, pues, señores individuos de la Comisión, dinero para concluir esa línea; aquí tenéis cuanto queráis: si os parece todavía mucho tiempo un año para concluirla, concluidla en menos. Las obras se hacen, cuando hay dinero, tan pronto como lo permite su construcción. No hay, por lo tanto, obstáculo alguno: empezad las obras desde mañana. Si ese era el obstáculo que teníais, ya ha desaparecido; el temor que os agitaba consistía en que si se anulaba la concesión no podía seguirse la línea; ya ha desaparecido también, ya no hay obstáculo ninguno. ¿Quiere más la Comisión? Que lo diga, porque más le facilitaré. ¿Quiere más el Sr. Orense, que nos decía el otro día que aprobaría el dictamen de la Comisión por más que le pareciese malo, porque quiere caminos de hierro, aunque para hacerlos echemos la casa por la ventana? No os dejéis alucinar, señores, por esa idea, porque ella os conducirá a la construcción de dos o tres líneas que beneficiarían a una pequeña parte del territorio español, pero os imposibilitaría para extender este beneficio por toda la Península; que toda la Península es acreedora a este inmenso beneficio, porque toda la Península está sujeta a los mismos sacrificios. (Bien, bien. )

Pues bien, Sr. Orense; ahí tiene S.S. dinero para acabar ese ferrocarril; lo mismo digo a los Sres. Diputados más directamente interesados en esa línea. A vosotros, Diputados de Albacete, me dirijo; a vosotros, Diputados alicantinos; a vosotros, Diputados valencianos; a vosotros, Diputados de Cuenca; a vosotros todos me dirijo: ya tenéis dinero, ya no debéis abrigar el temor de que anulado el contrato no pueda concluirse el ferrocarril de Aranjuez a Almansa; todos vuestros temores han desaparecido; el obstáculo que se os presentaba ya no existe.

Respecto al camino de Madrid a Aranjuez, ya os he dicho mi opinión. Pero me diréis que lo que yo deseo, por mas que sea justo, por más que sea legal, ofrece dificultades, presenta obstáculos; pues bien, yo no quiero poner dificultades al Gobierno; yo no quiero presentarle obstáculos; yo desisto de la anulación del contrato de venta de ese camino, aunque no sea mas que en gracia de que el que lo vendió ha sido el primero que en España ha hecho correr una locomotora; yo se lo quiero recompensar de este modo; ya veis que soy con él tan generoso como me es posible serlo.

Quede, pues, en pie el contrato de ese camino, que para nada necesitamos la ventaja que podría producirnos su anulación; anúlese únicamente el arrendamiento, y adminístrelo el Gobierno por su cuenta por un año o diez meses, lo que se tarde en construir la línea de Aranjuez a Almansa. Una vez concluida esa línea, tendremos el camino de hierro de Madrid a Almansa, tendremos 66 leguas de ferrocarril que poder sacar a subasta, y que nos producirán en venta de 160 a 180 millones de reales.

Pues bien, señores; ahí tenéis el medio de concluir esa línea sin imponer sacrificios al país, y un medio, que os proporciona de 160 a 180 millones de reales, más 20 que deben sobrar después de acabar la línea de Almansa, de los 57 de que antes hice mérito. Tenéis, pues, 200 millones. Con esos 200 millones podéis extinguir esos 60 millones de la venta del camino de Aranjuez, para quitaros ese peso que os abruma, y os quedan 140 millones para aplicaros a una línea que vaya a Zaragoza, a Galicia, a Asturias, o si no, a esa [2.636] gran línea que ha de poner a la capital de España a las puertas de las demás capitales de Europa. (Bien, bien. )

Ya habéis visto lo que la Comisión os propone; ya habéis oído lo que os digo; escoged, pues yo estoy seguro que escogeréis lo mejor, a no ser que tengáis una venda que os tape los ojos para no distinguir lo bueno de lo malo, lo conveniente de lo inconveniente, lo justo de lo injusto. No es con el dictamen de la Comisión como se satisface la ansiedad pública que en los pueblos han producido esas concesiones onerosas, esos contratos ilegales de los caminos de hierro.

No es así, Sres. Diputados, como se moraliza esa grande idea de llevar a cabo esas vías rápidas de comunicación, que han de ser un día la fuente de la prosperidad, del bienestar y de la grandeza de nuestra Nación, que han de ser un día la palanca cuya poderosa potencia la eleve a nivel de las más adelantadas del globo, que ha de ser la palanca que la coloque en el puesto que un día dignamente ocupó y que indudablemente le tiene aún reservado la Providencia. No es así, en fin, como se restablece la confianza, tanto en el interior como en el exterior. Y cuenta, Sres. Diputados, que esas obras colosales y gigantescas empresas necesitan para su realización una confianza universal.

La moralidad, la tranquilidad, la confianza se restablecen única y exclusivamente con la ley en una mano, con crédito en la otra y con la dignidad en la frente. Agrupémonos, pues, alrededor de la ley, fortifiquemos nuestro crédito, no nos olvidemos de nuestra dignidad, y no lo dudéis, tendremos caminos de hierro, y los tendremos pronto, y con ellos agricultura, industria y comercio.

Si queréis, pues, que la revolución de Julio sea una verdad en lo que tiene relación con estas cuestiones; si queréis que la revolución de Julio constituya una muralla inexpugnable que separe completa y absolutamente las Administraciones pasadas de las presentes, la arbitrariedad de la justicia, los despilfarros de las economías, el mal del bien, desechad el dictamen de la Comisión. Pero si no queréis eso; si queréis, por el contrario, que la revolución no haya dejado rastro ninguno y que haya pasado a la manera del relámpago, que no deja en pos de sí mas que el leve recuerdo de la impresión más o menos grande que produjo en nuestra vista; si queréis continuar en la perdición en que, encontramos a nuestro país; si queréis, no solo confirmar lo malo que Gobiernos anteriores hicieron, sino excederlos; si queréis, por último, perder vuestra consecuencia, y con vuestra consecuencia vuestra dignidad, aprobad el dictamen de la Comisión, aprobadlo en buen hora; yo lo veré con todo el dolor de mi corazón; pero en cambio podré decir a mi país con la frente muy erguida: he hecho cuanto me ha sido posible; he contribuido con cuanto mis débiles fuerzas han alcanzado a poner de una vez para siempre en el camino de la ley, en el camino de la justicia, en el camino de la conveniencia, en el buen camino, en fin, esa gran cuestión de los ferrocarriles, esa gran cuestión, Sres. Diputados, que no sólo afecta a los intereses materiales del país, sino que tiene una íntima conexión con la moral pública, con el decoro de los Gobiernos, con el crédito de las instituciones tutelares de la sociedad; esa gran cuestión que un día fuera la chispa que encendió después la llama de la revolución; si no lo he podido conseguir, no ha sido mía la culpa; yo he cumplido con mi deber. (Señales de aprobación. ) He dicho.



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